Tal vez suene trasnochado el tema, pero quedan flecos no contados acerca de la presencia colombiana en la 80ª Feria del Libro de Madrid que terminó el pasado 26 de septiembre. Las editoriales y los libreros quedaron contentos con los resultados y la asistencia, a pesar de las eternas colas y el espacio reducido. No así medio país invitado, a causa del resbalón del Embajador y toda la avalancha que se le vino encima; es cierto que el diplomático rectificó, pero le pasó como al niño que mete el dedo en la cubierta en su torta de cumpleaños y al tratar de maquillarla, empeora.
Ya ha corrido mucha tinta, saliva y píxeles, y gente más versada habrá dicho más o menos todo. Pero la verdad más llana es que los “organizadores colombianos” no querían en la Feria a gente que no rezara su canon. Lo tenían clarísimo. Y no les importó. ¿Candidez? ¿Prepotencia? ¿Ignorancia? ¿Vanidad? Pocos, salvo ellos y sus pajes se creyeron el cuento de la “neutralidad”. Como asistente autoinvitado, debo decir algo que no se sabe. Hace un año (las fuerzas oscuras a simple vista) echaron a la caneca el proyecto Transterrados del Instituto Caro y Cuervo, iniciativa que incluía en dicha Feria a algunos escritores residentes en España, entre poetas y narradores, menos célebres, pero en pleno derecho. Y otra perla: los consulados en España (poco antes del evento) convocaron a escritores y vinculados al libro para presentar propuestas para asistir a la Feria, con la promesa de darles un espacio (se entiende que además una silla, un micrófono y una botellita de agua) pero con la salvedad de “Hacerse cargo de las invitaciones y la convocatoria al evento”. Es como decir: si su presentación es aceptada —como dicen acá— usted se lo guisa y usted se lo come. Creo que la convocatoria nació muerta (me abstuve de participar) o la desaparecieron en el país de los desaparecidos.
Por otra parte, hay que puntualizar que el país invitado de honor era Colombia (la literatura colombiana), no el gobierno de Colombia. Es decir, los creadores, tanto de ficción, poesía, o ensayo. Y todos no podíamos ser invitados, es evidente. Como es evidente que si un país (su gobierno) se precia de “diverso y vital” como cacareaba el eslogan, habría invitado a lo mejor de sus escritores. Sabemos que las listas en el ámbito que sea nunca son del agrado de todos. ¿Las diez mejores películas del siglo XX? ¿Las 50 mejores novelas de la historia? Aquí entra la señora subjetividad a jugar. ¿Dejarías por fuera Ladrón de bicicletas? Dejarías al margen Archipiélago Gulag? Creo que no. Apellidos como Bonet, Ospina, Vallejo, Restrepo o Vázquez, te gusten menos o más, son figuras internacionales, traducidas y requeridas en encuentros de todo el mundo. Si los dejas fuera de una cita tan importante como irrepetible, es que además eres sectario(a) y vengativo(a). Seguro que estos y otros autores(as) habrían estado encantados en asistir, pero no representando a un gobierno sino ofreciendo su literatura al público madrileño y a los miles de colombianos que viven allí.
Pero no, la presencia de una Colombia no fue más que un sainete a la mejor manera nacional. El gobierno colombiano hizo el ridículo antes de empezar la Feria (y deben creer que nadie se dio cuenta). Lo curioso es que el escándalo fue lo poco que la prensa madrileña reseñó acerca del país invitado. Si hubieran estado quienes debieron estar, seguro que el taco de gente habría sido mayor, las charlas habrían estado más nutritivas, la prensa más pendiente y las filas para firmar libros habrían colapsado el recinto, síncope truncado gracias a las lumbreras vanidosas que tuvieron un año extra para preparar la Feria, tiempo suficiente para cagarla. Y lo lograron.