Domingo largo

         Esta columna desapareció un mes y pocxs lo habrán notado, natural, porque no soy influencer que haga falta como una droga, ni mucho menos un gurú que se envanezca al decir se los dije, ojo con esto. Una ausencia de domingo largo. El usual, el de todas las semanas es un día con otra velocidad. O porque no haces nada o porque haces muchas cosas; todo como un ejercicio para quitarnos la costra de la rutina. Pero este mes y pico ha sido otra clase de domingo. En mi agujero —invadidas mis horas con la mejor compañía— tuve que aceptar muchas cosas, como todxs, cada quien con su realidad, no es muy lúcido apuntarlo. Y como cualquier mortal en clausura observé, escuché, vi, leí, sentí y sufrí ese torrente de información, de no información, de grandes gestos, de otros postizos; de reclamos sensatos y ayudas no tanto, de oportunismos inoportunos, chistes flojos y genialidades geniales en red. Observé, escuché, vi, leí, sentí y sufrí ese guiso saturado de la humanidad intentando (mejor, creyendo) ser más humana.

         Saqué la escafandra de voyeur y observé personas ejercitándose en las terrazas, leí señoras colgando la misma ropa con los mismos ganchos, escuché señores yendo de un lado a otro en balcones estrechos, como tigres zoologizados; sentí parejas aplaudiendo a las ocho en punto, a niños invisibles jugando sobre los sofás. Leí la prensa en pantalla, leí un libro aplazado mil veces, releí otros sueltos, a mordisquitos como si fueran la última galleta. Me vi ante las vidrieras del supermercado, a metro y medio, señorías; sufrí el acuerdo con el arrendador, que fue posible; escuché cosas raras: ¿los pájaros cantan más fuerte? no, es que hay menos bulla; ¿la campana del parque cercano tañe más alto? no, es el viento que no hace caso a los semáforos. Escuché la yema del sol romper en el horizonte, oí el runrún de abejorro de la ciudad dormida. Pasan cosas raras los domingos largos. Sufrí líderes y lideresas como púberes indecisxs, imprecisxs, ponzoñozxs, como si estuvieran en ropa interior ante un espejo pleno preguntas. Sentí cómo se contaban las muertes (que cuentan sólo para sus deudos). ¡Qué bien, hoy sólo 300! Y todxs, como convictxs, contando los días que faltan, dibujando rayitas en la pared; bueno, también hicimos el ejercicio de contar con quien vive enfrente, con quien no conocemos, hasta el de contar con nosotrxs mismxs.

         Y cuando abran las compuertas de la presa, el agua será ella. ¿Y así será?: ¡oh gurú! llevaremos mascarillas prêt à porter, otras con pedrería y firmas muy chic, y la sonrisa será un bien íntimo, casero; luciremos guantes muy justos, sudando como cirujanos y saludando en colores, preservativamente. Algunxs gustarán tanto de su casa —la que pagan para habitar tan sólo unas horas— que no querrán salir; habrá quien sufra el síndrome post-encierro, post-confi, post-long-Sunday. ¿Y así no será?: ¡oh influencer! ¿Más respetuosos con el planeta? ¡Cuál planeta! ¡Carpe diem! Aquí y ahora, que el futuro no existe. ¿Más solidarios con los refugiados? ¿Acaso no estuve recluidx semanas? ¿Que baje el ritmo de vida? ¡Cuál ritmo, qué vida! ¿Estar más con la familia? ¿¡Más!? Y ojalá vuelva el fútbol que no insulto hace marras, que vuelva la ópera para tomar champán en el intermedio; quiero comprar, que abran los restaurantes para zamparme la carta entera; quiero conducir, acelerar, que suene el claxon, necesito una bocanada de dióxido de carbono en la esquina, un chute de óxido de nitrógeno en la avenida, tirar una lata de cerveza en el parque…Domingo largo domingo. Y hay quien aún se queja de los lunes, que no son más que una humilde ventana a lo de siempre, a Nuestro Mundo, (voraz, arrogante) que entre otras cosas no es nuestro.

Nota aclaratoria: las equis son aes u oes para usar a voluntad. Otro ejercicio.

Publicado en el diario La Opinión, el 8 de mayo de 2020