No soy filólogo, ni lingüista, ni especialista lexicográfico. Sólo un man que le da a la tecla casi a diario y se interesa por el lenguaje; el que se usa, el que se maltrata, el que muta, el desconocido, el que se olvida y el que se ha quedado en la trastienda.
El castellano –dicen por ahí– cuenta con cerca de 90.000 palabras y los americanismos se le arriman. Otros idiomas tienen más o menos y seguro que hay más en la calle, pero de todo este caudal, una persona de mediana educación utiliza tan sólo el 10% y aunque sepa el doble, no lo usa. Pobre balance, estando en la época de las gigacomunicaciones.
Abramos pues algunas gavetas, desempolvemos algunos anaqueles, abramos algún seibó para sacar a esas señoras palabras, a esos señores vocablos que si bien hemos leído o escuchado alguna vez o todo lo contrario, han pasado a la obsolescencia como prendas de atrezzo. Van algunas, pues, con significados caprichosos que según las geografías y los legados caseros pueden colisionar con otras acepciones de otros mapas y otras heredades.
Aldaba. Pieza metálica adherida al portón y que si no ha sido reemplazada por un timbre, retumba en el zaguán. Si queda portón y si queda zaguán.
Cogote. Donde termina o comienza el tuste que es lo mismo que la testa, donde apretaba el garrote y zanjaba la fiesta.
Antiparras. Gafas, lentes, anteojos, “quevedos”; adminículo que da sentido a las orejas y a las narices. Y a los ojitos, off course.
Patán. Hombre brusco, de malas maneras, que cuenta con un séquito entre el que se encuentran algunas patanas.
Cigoñino. Así como lo es el corvato del cuervo, el guarnigón de la codorniz, el perdigón de la perdiz. El querido polluelo de la cigüeña.
Tronchar. Quebrar algo de manera manual, ya sea una mano, un tobillo o el bastimento para un buen sancocho o un gran cocido.
Culillo. Perturbación exclusiva del reino animal similar al miedillo, pavorcillo, temorcillo o paniquillo en el centro del anillo.
Vagaroso/a. Que va por el mundo, por las calles, errabundo. Como la mariposa, que Pombo no sabe por qué va de rosa en rosa.
Implume. Ser vivo o muerto que carece de plumas, como un pollo asado, un elefante crudo o un cliente de banco o casino.
Carranchín. Algo así como ronchas transitorias, sarpullido, o miles de granitos de origen conocido que se transmite entre desconocidos.
Ciclán. Persona –generalmente del género masculino– similar al cíclope pero en la zona testicular, es decir, de carambola imposible.
Chuspa. Bolsa pequeña, de materiales como la tela, el cuero, el plástico o el grafeno y que sirve, por ejemplo, para guardar las antiparras.
Allí están, ellas son, y llegarán más. Harán fila con su curriculum vitae bajo el brazo a la búsqueda de vacante temporal o precaria. No, la verdad, sólo intentan entrar en una conversación, en un cuento, en algún poema. No quieren sueldo, necesitan empleo.
Publicado en el diario La Opinión, el 6 de marzo de 2020