Efemérides, o el lío de las fechas

Cuando cursaba la primaria, cuarto o quinto, a mediados de los 70, existía una actividad que se llamaba el Centro Literario. De Centro podría decirse que sí, que era correcto nombrarlo de esa manera, pero sería más preciso si dijera que más que centro, era al frente, en todo el centro. Y de Literario, pues algo, más bien pocón. Y sí, tocaba salir al frente, al centro y hacer “alguna gracia”. Algunos declamaban versos almibarados o coplas y retahílas populares. Alguien leía citas sacadas de la revista Selecciones y yo no fallaba con las Efemérides, las fechas notables. Y cuando llegaba el momento en que debía cubrir ese largo trayecto desde el pupitre hacia la tarima, no lo parecía tanto como el deseo de nunca llegar. Pero como tocaba, días antes buscaba en la pila de periódicos de casa y escogía varios hechos que cubrían parte del mes de turno. La sección decía: Hace 25 años, sucedió tal cosa, Hace cincuenta años, tales otras, y leía ante mis compañeros clavado en el papel: el 29 de febrero de 1975 –por decir una data inexistente– nació Nosequién, invadieron Quiensabedónde, encontraron Nosequécosa.

         Y no Hace mucho, para saltar en el tiempo mas no en las angustias, fracasé llenando un formulario en Internet. Bueno, sólo por unos minutos, pero tuve que empezar de nuevo la tortura porque la web, con delicadeza, me dijo: “mijo, así no se pone la fecha”, y me sacó de una patada poco delicada del sitio, como a un vaquero borracho del saloon. No sé ustedes, queridas lectoras y queridos lectoros, pero la notación de las fechas a veces nos confunde, según en qué idioma, según la ISO, la RAE y otras sabiondas; o según el genio informático, a saber: 29 Feb 75, 29/02/1975, o sólo el mes y el año, o te ponen a escoger en un menú, o de un calendario que a veces se atasca como se nos atascan algunos días. Y siguiendo con el tema pero cambiando, ignoro desde cuándo a ciertos acontecimientos se les arroga el número del día y la inicial del mes. Y sí intuyo por qué. Porque son días fundamentales, inolvidables o remarcables en el calendario de la humanidad. Verbi gratia (como decía el tícher de Castellano): el 11-S que es el 9-11 anglosajonamente escribiendo; ese día en que la televisión no paraba de repetir –como si fuera un gol inolvidable– el choque espantoso del segundo avión contra la torre gemela sur. Sí, fue terrible, pero también en un 11-S se inició la dictadura que duraría 17 años en Chile, o cayó Barcelona a manos borbónicas en 1714. Fechas globales que hacen olvidar fechas locales.

         Sigo saltando en el tiempo, y como arribamos al último mes del año, esperamos la llegada del día señalado, que se pregona desde el 2-N, es decir, después del Halloween y del día de difuntos. El 25-D, jornada en que nació Humphrey Bogart, dueño de la peor mejor voz del cine y adicto al fijador Lechuga; la misma fecha en que fusilaron a Ceausescu, el peor mejor opresor rumano y adicto a sí mismo; o día en que Joan Miró llegó desde alguna constelación, empedernido del crear y del tabaco. Un 25-D para conmemorar entre el mundo cristiano (y los conversos porque es festivo) el nacimiento de un tal Jesús de Belén de Judea, o sea, de Nazaret de Galilea. Buena fecha para que el niño de entonces y el de ahora, les desee Feliz Navidad, cuando sea Navidad. Y un año superior, si no es mucho pedir.

Curso lento de idiomas III

Navegando por ahí, aparecen documentos curiosos como el del señor Günter Haensch, lingüista, lexicógrafo y traductor alemán. Aparte de numerosos estudios y diccionarios de americanismos, dedicó, en no más de cuarenta páginas un texto llamado: “Anglicismos y galicismos en el español de Colombia”. Como ya sabemos (a veces no tanto) el lenguaje migra, se entromete, se aclimata, irrumpe, usurpa, se acomoda, se mimetiza, se apropia. El lenguaje es riqueza, diversidad; es sostenible, resiliente y resistente, como todo ahora. Es contacto, mezcla, revoltillo, sumas y restas, apertura de coco, acervo, herencia, futuro, entendimiento y choque, respect, fraternité, ignorancia y saber. En la Locombia (como en toda Latinoamérica) el idioma español, a diferencia de otros seres vivos, sólo crece y se reproduce, sin tregua, pero también atesora vocablos que suponemos muy nuestros, pero que en realidad son préstamos de otras lenguas, que las han traído a su vez, de otras y éstas de otra, así, hasta llegar a las lenguas madres y abuelas.

         Presentamos aquí algunos ejemplos de la recopilación del citado y desaparecido estudioso teutón (“contaminado” por colombiana); todos, ilustrados con las mejores intenciones y como es costumbre, con sus bienintencionados aguijones.

Carro. Vehículo de transporte, del inglés car, que en el Reino de España insisten en llamar coche, palabra de origen húngaro, al parecer. Si se le dice auto o automóvil deberíamos entender.

Clóset. Armario empotrado adonde acuden amantes furtivos y de donde otros salen. En el cono sur, prefieren el francés placar (placard). También salen y entran las mismas criaturas.

Gamín. “Niño de la calle”, importado de Francia (el término, no el niño) que solía (suele) deambular por las calles en búsqueda de comida, pilatuna o pillaje menor. Algunos se han instalado en órganos legislativos en búsqueda mayores ambiciones.

Briqué. Del franchute con te final. Adminículo que algunos llaman encendedor, yesquero, mechero, fosforera, que cuesta hacer funcionar cuando no fumamos y que cuesta pedir cuando queremos fumar. Algunos piden candela, fuego y listo.

Coche. Vehículo de transporte para bebés, que en la península insisten en llamar carrito.

Brasier. Sutián en algunos condados, sostén en otros, sujetador también; artilugio de postura elemental para sus usuarias y de incomprensible desmonte para algunos opuestos.

Vestier. También, probador, vestidor. Lugar pequeño donde caben tres chicas; teatrino donde se prueba ropa que se pretende comprar, otra que nunca llevaríamos y otra inalcanzable.

Coche (2). Carruaje, vehículo tirado por caballos, prohibido por algunos burgomaestres que, a su vez, se transportan -con suficientes caballos de fuerza (horse power), o caballos de vapor (cheval-vapeur)- en suntuosos cochazos y carrazos.

Bluyín. Prenda gruesa de algodón para meter las piernas (y la pata si cabe), generalmente de color blue y en forma de jean. En España, vaqueros, y a su vez éstos, cowboys.

Champaña. Bebida muy reputada si se pronuncia champán, mejor aún si se arriesga decir champagne. Si no hay capacidad de rie$go, vino espumoso.

Chores. Pantalón corto que en Bermudas son traje oficial masculino y en las zonas tórridas del mundo se las pone todo el mundo. Al cortar un bluyín, se obtienen unos shorts o mochos.

Chofer. Así, palabra aguda, como algunos conductores y las choferesas. En Hispania, le zamparon la tilde, chófer, como si viniera del inglés y condujeran por la derecha.

Ful. Que el cine está lleno. Que al carro no le cabe más gasolina. Que al clóset no le caben más infieles, que al vestier no le caben más infielas. Ful-chévere-bacano. Ciao pescao.

Las vanidades de la Feria

         Tal vez suene trasnochado el tema, pero quedan flecos no contados acerca de la presencia colombiana en la 80ª Feria del Libro de Madrid que terminó el pasado 26 de septiembre. Las editoriales y los libreros quedaron contentos con los resultados y la asistencia, a pesar de las eternas colas y el espacio reducido. No así medio país invitado, a causa del resbalón del Embajador y toda la avalancha que se le vino encima; es cierto que el diplomático rectificó, pero le pasó como al niño que mete el dedo en la cubierta en su torta de cumpleaños y al tratar de maquillarla, empeora.

          Ya ha corrido mucha tinta, saliva y píxeles, y gente más versada habrá dicho más o menos todo. Pero la verdad más llana es que los “organizadores colombianos” no querían en la Feria a gente que no rezara su canon. Lo tenían clarísimo. Y no les importó. ¿Candidez? ¿Prepotencia? ¿Ignorancia? ¿Vanidad? Pocos, salvo ellos y sus pajes se creyeron el cuento de la “neutralidad”. Como asistente autoinvitado, debo decir algo que no se sabe. Hace un año (las fuerzas oscuras a simple vista) echaron a la caneca el proyecto Transterrados del Instituto Caro y Cuervo, iniciativa que incluía en dicha Feria a algunos escritores residentes en España, entre poetas y narradores, menos célebres, pero en pleno derecho. Y otra perla: los consulados en España (poco antes del evento) convocaron a escritores y vinculados al libro para presentar propuestas para asistir a la Feria, con la promesa de darles un espacio (se entiende que además una silla, un micrófono y una botellita de agua) pero con la salvedad de “Hacerse cargo de las invitaciones y la convocatoria al evento”. Es como decir: si su presentación es aceptada —como dicen acá— usted se lo guisa y usted se lo come. Creo que la convocatoria nació muerta (me abstuve de participar) o la desaparecieron en el país de los desaparecidos.

          Por otra parte, hay que puntualizar que el país invitado de honor era Colombia (la literatura colombiana), no el gobierno de Colombia. Es decir, los creadores, tanto de ficción, poesía, o ensayo. Y todos no podíamos ser invitados, es evidente. Como es evidente que si un país (su gobierno) se precia de “diverso y vital” como cacareaba el eslogan, habría invitado a lo mejor de sus escritores. Sabemos que las listas en el ámbito que sea nunca son del agrado de todos. ¿Las diez mejores  películas del siglo XX? ¿Las 50 mejores novelas de la historia? Aquí entra la señora subjetividad a jugar. ¿Dejarías por fuera Ladrón de bicicletas? Dejarías al margen Archipiélago Gulag? Creo que no. Apellidos como Bonet, Ospina, Vallejo, Restrepo o Vázquez, te gusten menos o más, son figuras internacionales, traducidas y requeridas en encuentros de todo el mundo. Si los dejas fuera de una cita tan importante como irrepetible, es que además eres sectario(a) y vengativo(a). Seguro que estos y otros autores(as) habrían estado encantados en asistir, pero no representando a un gobierno sino ofreciendo su literatura al público madrileño y a los miles de colombianos que viven allí. 

         Pero no, la presencia de una Colombia no fue más que un sainete a la mejor manera nacional. El gobierno colombiano hizo el ridículo antes de empezar la Feria (y deben creer que nadie se dio cuenta). Lo curioso es que el escándalo fue lo poco que la prensa madrileña reseñó acerca del país invitado. Si hubieran estado quienes debieron estar, seguro que el taco de gente habría sido mayor, las charlas habrían estado más nutritivas, la prensa más pendiente y las filas para firmar libros habrían colapsado el recinto, síncope truncado gracias a las lumbreras vanidosas que tuvieron un año extra para preparar la Feria, tiempo suficiente para cagarla. Y lo lograron.

 

Cosas perdidas

         Se llama Alejandro y conduce una ambulancia en Valencia. Es de suponer que es un buen hombre, que acude y ayuda a personas en problemas, las transporta al hospital y con seguridad habrá influido en la salvación de más de una vida. Buenas vidas. Malas vidas. Digo esto porque soy interesado directo en una buena acción de este señor.
         Buenas tardes, por favor a Urgencias del Peset, le dije al taxista. No habíamos avanzado diez metros y el tipo me dice algo así como que hubiera preferido llevarme a otro lugar, seguramente al sentir mi voz trémula; agitada sería más preciso. No era una urgencia urgente como él intuía y como yo quisiera que se demore. Bueno, y la agitación no era otra cosa que la consecuencia de un despiste: la pérdida de mi billetera. ¿Dónde, a qué hora, cómo? y toda esa barahúnda de preguntas y reproches, además de la perspectiva del papeleo venidero para volver a ser alguien. Y de pronto, la llamada del conductor de una ambulancia para decirme que la había encontrado en la calle y que me esperaría para entregármela.
         Sin duda, hay buenas personas por todas partes y hacen buenas acciones sin esperar nada; como hay malas personas por ahí, repartiendo vilezas como si nada. Me interesan las buenas personas. No me importa si es ministra o cerrajero, si es hombre, mujer, no binario y su etcétera. Me interesa si es buenagente al natural, si es competente, si hace feliz a otro con un gesto, si no cultiva enemigos por deporte.
         Dándole una vuelta al asunto podría nacer una cuestión: ¿Qué hace a una persona ser mala persona si ser lo contrario es tan sencillo? Pues, es que ser rufián, matón, patán, ladrón es mucho más fácil, dirían algunas. El mal. El bien. Que discusión tan larga. El bien como una cosa ideal. El mal como una cosa real. ¿Cosas perdidas o cosas por encontrar? Si nos metiéramos en dichos berenjenales, en dichos zarzales, se nos atravesarían palabrejas como Ética, Voluntad, Justicia; apellidos como Hobbes, Schopenhauer, Kant además de todos los superhéroes religiosos y sus supporters, que también tendrían algo que decir. El bien o el mal. Cosas que para unos lo son, para otras no tanto. No se trata de cifrar a malos malísimos y buenas buenísimas como en las telenovelas. Todos cometemos cagaditas y otras sin diminutivo. ¿Quién no? Pero lo cierto es que sí hay casos perdidos que no es lo mismo que cosas extraviadas. Dicen por ahí los que piensan, que el ser humano por naturaleza nace bueno. Y que el hombre (léase también mujer) es lobo para el hombre. Y lo de la mala leche también debe ser cierto; hay especímenes que a falta de lactosa han sido amamantados con desastrosa. Hay gente que es encantadora por fuera y en casa se desquita. Y personas que son entrañables en familia y en sus oficios llegan a ser detestables, hasta temibles. Pongamos dos ejemplos pendejos (uso el plural en búsqueda de cómplices). A ver, Pablito era un dadivoso sin igual con el pueblo de Medellín y muy generoso en plomo y bombas. Adolfito sentía devoción especial por los perros de pura raza y exterminaba a una comunidad plena de impurezas. Y los dos querían mucho a la mamá, comprobado. Y comprobado estaría que —de haber sido posible— si estos señores en sus últimas y extremas urgencias hubiesen necesitado asistencia, estoy seguro de que Alejandro habría estado allí, haciendo bien su trabajo. Ahora, ignoro si alguno de estos dos famosos —de habérsela tropezado— me hubiera devuelto la cartera.

 

Pásate por la GALERÍA. No cuesta nada. Bueno, tal vez.

“Lo niego todo…

…incluso la verdad”. Empiezo así, robando a mano desarmada el verso del maestro Sabina, que es alumno, niega cuando afirma y afirma cuando niega. Parto de aquí para adentrarme —no tanto, no tanto— en el esclarecedor mundo de la negativa y la repulsa, en estos tiempos en que nada es lo que era ni hace falta, en estas eras cuando todo es lo que fue y será lo que se ignora.

         Cuando la verdad incomoda o negarla es consolador, surgen grupúsculos o verdaderas muchedumbres y salen a vociferar Noes en garganta y pancarta. No, Not, Ne pas, 不要 (léase bùyào). ¡En Wuhan bùyào! “Que no, María Cristina que no, que no”, cantaba Ñico Saquito (gracias Don Google). “Que no, que no, que el pensamiento / no puede tomar asiento” agregaría Aute. Y así, el cancionero podría seguir negando lo innegable sin pretender —claro— la fundación de un nuevo culto. Cosa que sí han hecho algunos iluminados e iluminadas que predican esta religión sin deidad y sin credo porque “non credo”. Non credo que en Auschwitz exterminaron más de un millón de judíos, non credo que ahora los judíos roban día a día la tierra Palestina, non credo que lo de Franco fue una dictadura. Señoras y señores, adolescentas y adolescentos, niñas y niños: el Negacionismo está aquí. No creo, del verbo creer, no del verbo crear. No creo en virus, ni en Miley Cyrus, No creo en pandemias ni en academias, No creo en mi espejo, ni en el de la luna, menos en la vacuna. Lo niego tó. ¿Que me tome la sopa? No. ¿Que me puedo contagiar? Sí pero No. ¿Que puedo contagiar? No, las gripitas No se transmiten, se adquieren. ¿Que por qué No llevo mascarilla? Porque No. No me diga que el tal bicho No desaparece cuando voy al restaurante. No me diga que No se esfuma cuando fumo en el café. No me diga que No va a la playa porque le fastidia la arena. No.

         ¿Será que son muy machos o muy machas? ¿Muy tontas, muy tontos? No. ¿Quieren vivir la vida que dura tan poco? Tal vez lo consigan. ¿Quieren morir jóvenes para dejar un lindo cadáver? ¿Será que me estoy volviendo chocho? Nooooooo-ó ¡qué va! No creer es un derecho, como creer es otro. La evidencia es la evidencia y el embuste es el embuste. ¿Egoísmo puro e inmaduro? ¿Individual? ¿En caterva? A ver, todos a conjugar: Yo contagio, Tú contagias, Él contagia, Ella también. Nosotros nos contagiamos, Vosotros os vacunáis, Todos morimos; tarde o temprano pero estiraremos la pata. No me digan que No. Entonces, señorita negacionista, señorito negacionisto, ¿les apetece que les tosa un mojito en las fauces, que les estornude un gin & tonic en el hocico? ¿O qué tal un coctelito de Remdesivir agitado no mezclado; o un Sarilumab con mucho hielo, unas gotas de Interferón Beta más una rodaja Anakinra? (Gracias Doña OMS). Una delicia, estarán en cama separada y atendidos por unas camareras que van de astronautas como en un Halloween interminable. Chévere. Guay.

         Y para cerrar con más música y que no pare la fiesta, citemos al gran Lennon que cantaba: “I don’t believe in magic”, ni en el I Ching, ni en Elvis, ni en Jesús, ni en los mismos Bítles: Dudemos hasta de la duda, digamos que dijo Descartes y mientras siga sonando el sonajero, esperemos hasta que el No parezca Sí, hasta que el Sí parezca un Quizás, hasta que el papel higiénico escasee otra vez y los contradictores acudan con apremio —raudos y creyentes— a dar otro uso a las mascarillas.

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Curso lento de idiomas II

         El idioma español es utilizado por casi 550 millones de personas en todo el mundo, entre hablantes nativos, quienes lo han aprendido, los que lo chapurrean y los cerca de 30 millones que lo están estudiando en países no hispanos. Después del chino mandarín es la segunda lengua nativa en cantidad superando al todopoderoso inglés, aunque la nuestra sea lengua oficial en menos países que el English que lo es en 59 estados. Pero eso son sólo numeritos. ¿Pero qué clase de español hablamos? (Se aclara que en España las lenguas oficiales son el castellano, el euskera, el catalán, el gallego y el valenciano, entre otras variantes geográficas). Repeat please. Entonces así: ¿Cuál es la calidad del castellano que hablamos, escuchamos, escribimos y leemos? Para empezar habría que decir que el diccionario de la señora RAE en su 23ª edición (2014) publicó 220.000 acepciones dentro de las que se encuentran 19 mil americanismos y sepultó cerca de 1500 palabrejas. Ya están preparando la versión número 24, que costará más de los ciento y pico de dólares actuales y pesará más o menos cuatro kilos. Eso daría para unas cuatro docenas de cervezas y una charla larga, de esas que depuran el lenguaje y lo enriquecen. Pero esos son sólo numeritos, “numeritos”. También se cuenta que una persona de educación promedio suele tener en el coco unas 20000 palabras activas y el doble de pasivas, o sea que las sabe, las ha escuchado o leído alguna vez, pero que poco o nunca utiliza.

         Lo cierto es que —así seamos unas lumbreras o hablemos hasta por los codos— no llegamos a utilizar ni a la cuarta parte de los vocablos del idioma obligatorio. Bueno y como también en el DRAE se han introducido 2557 Novedades pues acerquémonos a algunas de ellas, con la acostumbrada metida de cuchara.

Amusia. Incapacidad de reconocer o reproducir tonos o ritmos musicales. Especialmente los generados por el rap, trap, reguetón y otras disonancias.

Biocida.Que destruye seres vivos, particularmente los perjudiciales para el ser humano. O, término auto-atribuido por algunas fuerzas estatales.

Cubicaje. Acción y efecto de cubicar. Clarísimo.

Postureo. Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción. Exclusivo para nativos españoles. El resto de hispanohablantes sólo se jactan.

Buenismo. Actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. Talante aplicado a algunos jefes de gobierno enajenados.

Táper. Recipiente de plástico con cierre hermético que se usa para guardar o llevar alimentos. Si no cierra bien, debe llamársele túper.

sexo. m. [...] ‖ sexo débil. m. [Enmienda de acepción de forma compleja]. Conjunto de las mujeres. U. con intención despect. o discriminatoria. … ‖ sexo fuerte. m. [Enmienda de acepción de forma compleja]. Conjunto de los varones. U. en sent. irón. (Se reproduce tal cual. En caso de duda, consúltese cubicar).

Clic. Onomatopeya para reproducir ciertos sonidos, como el que se produce al apretar el gatillo de un arma, pulsar un interruptor, etc. Ejemplo: pelotooooón, ¡clic!

Refajo. Cuba. Prenda de vestir interior de mujer, que tiene tirantes y llega hasta la altura de la falda. En Col. bebida alcohólica (cerveza+gaseosa colorada) que puede incitar a quitarla.

Posverdad. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Véanse Biocida, Buenismo.

Porro. Además de puerro, música y canto originarios de la costa norte de Colombia con influencia de los ritmos africanos o baile que se ejecuta a su compás. También se puede bailar sin fumárselo.

Entre paréntesis

         Una vocecita me ha estado diciendo que escriba acerca de otras cosas, que deje a un lado temas tan fútiles, tan laxos. Salvo la primera columna que trataba del éxodo venezolano, las demás, en su mayoría (o casi) elude la realidad real. Y se ha hecho adrede pues basta consultar cualquier medio para atragantarse con el tema de turno. Todos, los especialistas de todos los bandos pontifican sin solideo con arengas o sesudas disertaciones que se vuelven virales (quiero ser viral como el SARS-CoV-2). Ni hablar de los ajusticiamientos vía redes. Cuánta virulencia. Cuánta ponzoña. Entonces, ¿para qué echarle azúcar a la miel?

         Pero si le hago caso a esa señal, si quisiera sumarme a la ristra de gurús tal vez diría (desde la comodidad del exilio voluntario) algunas cosas. Parto con el recuerdo de una calcomanía disuasoria que exhibían en sus vitrinas algunos comercios pequeños: “Hoy no fío, mañana sí”. Diría que si cada quien se esculca y se mira en la foto diaria que nos toma el espejo y piensa: hoy no me aprovecho del otro, hoy no me cuelo en la fila, hoy no pago favores, hoy no prevarico, hoy no gobierno peor, hoy no empeoro como opositor, hoy no tuiteo tonterías, hoy no reenvío cortedades, hoy no panfleteo. En resumen: hoy no la cago, mañana sí. Con esos y otros “Hoy no esto, mañana sí”, tal vez las cosas cambiarían sin darnos mucha cuenta. (Iluso).

         Hablando de panfletos, éste (que no difama) se lee en distintas latitudes del orbe (no muchas) y no creo despistar si digo que estoy hablando de Colombia, la tan de moda, la tan mediática. No descoloco si digo que en Locombia, my Colombia tricolor (la de los narcos de perfil bajo, la de algunos políticos (bastantes) más bajos aún, la de ciclistas héroes, la de guerrilleros y militares fracasados, muy resilientes y tal, todos (no tantos); la de reguetoneros multimillonarios, la de mucha gente (demasiada) multiempobrecida, esa Colombia que se sacude y acude, que se insulta y se catapulta, que se empacha y emborracha, esa, ojalá, abra los ochenta y muchos millones de ojos y haga provechosa esta barahúnda desde todas las esquinas del apeirógono nacional. (Busquen la palabrita, la acabo de aprender; mejor lo digo, para que no me abandonen: es un polígono con infinito número de lados. Complicadísimo). Retomo el asunto: ojalá todas las Colombias (la atrincherada en sus blasones, la ahorcada con camándula, la adiestrada como borregos, la aborregada por diestros, la que se asusta con los daños pero no hace nada, la que hace daños y asusta, la que asusta y hace daño) se sirvan (repito) de esta encrucijada para abrir otra vía, elegir otro carril. (Dreamer).

         La ley es la ley, pero lo justo es mejor. La rabia es la rabia, pero lo sensato es mejor. El espejo es el espejo, pero roto es peor. Dirá usted. ¿Y este? ¿Se moja o no se moja? Lo que pasa es que soy hiperhidrofóbico. ¿Gira a la derecha o toma por la izquierda? Es que soy centroextremista. ¿Que qué propongo? Ya propuse. (Pero no mucho). Es que cuando medio país cacarea la paz y el otro medio la bombardea, desaparezco, cuando medio país está muy mal, re-mal, enmudezco, cuando el país entero es Patria Boba, padezco. No sé si prefiero escurrir la lágrima o inflar la yugular, si poner cara de peluche o dejar salir el monstruo que todos alojamos. (Ninguna de las anteriores). Prefiero escribir columnas blandas, adolescentes, invertebradas, que alcancen una sonrisa transparente, un agravio indiferente. Prefiero eso entre paréntesis (muy entre paréntesis).

 

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Sueño con bocas

         “No nos conoceremos, distantes uno de otro / Sentirás mis suspiros y te oiré suspirar. / ¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?” (…) escribió Alfonsina Storni en su poema “Un día”.

         Un día, hace muy poco mudé de barrio. Y cambiaron las personas. La cajera del supermercado es india y veo su bindi en todo el centro de su frente como una diana roja. La chica de la panadería —latinoamericana de alguna parte— me sonríe con sus cejas como gusanos negros. La dueña del bazar chino —china— me cobra hablando con sus ojos en un español correcto a pesar de ser castellanomandarín. Y el ferretero lo hizo en un catalán del interior, dándome un par de consejos para instalar una hamaca que aún no tengo. Y los vecinos y vecinas —los que saludan al nuevo— lo hacen igual que todos, enmascarados, con la voz entrapada y el aliento turbio. No les conozco la boca aún; no sé si la tuercen al verme, si se pasan la lengua por el labio antes del “hola”; ignoro si les falta un canino, si llevan mostacho o carmín. Las de casa no cuentan y son las que nos recuerdan cómo son. De la nariz ni hablar. O sí. Las intuyo por la tirantez de la máscara, por el doblez de las orejas, dependiendo si el tipo de protección es FFP1, FFP2, FFP3, P1, P2, P3, EPI, si van adornadas con flores, mariposas, rayas, lunares, llevan la lengua de los Stones o las fauces de Marilyn.

         No es que extrañe en particular a los habitantes del anterior vecindario, pero al haberlos conocido enteros de mueca y sonrisa, de labia y silencio, y luego verlos cubiertos no significó gran cambio. Aunque no lo hagamos conscientes, a quienes conociste “antes de”, como que los sigues viendo completos con las facciones en orden. Primero la frente, los ojos, enseguida la nariz, la boca, la quijada; tu vista de rayos supermánicos lo soluciona y les ves la comisura cuando te dicen que va a llover en el ascensor aunque en los ascensores no llueva; le contemplas el mentón hendido a uno, el lunar que tan bien le queda en el cachete a otra, o adviertes en otro y de reojo sus pelillos salientes del garfio de ave rapaz. Pero ya no, en el nuevo condado son otras personas, incompletas, como yo.

         Sueño con bocas. Y cuando estoy despierto salgo a perseguirlas. Una oficinista fuma al frente de un edificio y veo cómo al dar una calada onda, sus labios finos se arrugan formando una O diminuta para después expandirse y desaparecer entre la humareda. Algo es algo. Otro señor se toma un carajillo en el bar de la esquina para animar el día y en movimiento similar contrae su boca y cuidando no quemarse, sorbe (primera vez que escribo esta conjugación); boca de labios asimétricos, pero boca. Y como las narices también meten las narices, pude ver como otro tipo en el banco de un parque se hacía una PCR con el índice derecho y sin esperar el resultado volteé para encontrarme de frente a una negacionista (o despistada) que igualmente asistió al examen nasal y me ofreció su belfo bruñido a punto de sonrisa, cosa que agradecí. Boca es boca. Y provocación es otra cosa.

         Sueño con bocas. Bocas que me hablen y pueda leer sus letras, bocas que rían y pueda contar su teclado, hasta soportaría si alguna me insulta con todo su fuego. Bocas que me silben, que me soplen, que un día me canten que Alfonsina no se ha ido en soledad.

 

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El mejor español del mundo

         No sé quién nos metió el gol. Pero eso se decía cuando corrían los setenta y yo corría sin hablar detrás de una pelota: "En Colombia se habla el mejor español del mundo" pregonó alguien y muchos nos lo creímos sin saber por qué tal medalla, y la sentencia se repetía de La Guajira al Amazonas (en estas regiones se hablan más de cincuenta lenguas) como un mantra criollo sin preguntarnos a cuenta de qué ni quiénes ni cómo habían dado con ese dato tan etéreo.

         No creo que se hable mejor la lengua madre (mamá Medea) en un lugar más al norte o más al sur, tan sólo cabría intuir que en América se instalaron castellanos de más arriba o de más abajo de la península y cada latitud pescó y acogió maneras de molerlo y descalabrarlo. Alguna vez viajé por carretera y carrilera por Suramérica (hay que alardear, chicanear, fardar) y antes de cruzar la línea ecuatorial ya no entendía algunas jeringonzas, así, con dos enes; y de ahí en adelante supe que el lenguaje de mi cuadra —con el que crecemos— se quedaba corto y tuve más claro que las palabras, todas, están a merced para combinarlas lo más lúcido y lucido que podamos. Mientras avanzaba cada tantos kilómetros escuchaba un español diferente, en sus notas y en su ritmo. Rumbo a Cuzco, me encontré en un trancón descomunal y pregunté a un lugareño qué pasaba y me dijo que era una trancadera. Entendí porque era evidente que la fila de buses y camiones y camperos se extendía en lontananza (me repele esa palabra, pero existe porque más de uno la entiende y escrita queda). Tal vez la pregunta sobraba, pero según donde hubiera estado, la respuesta podría haber sido: atasco, taco, embotellamiento y algunas más. Más adelante en Iquique, una señora que me acogió en su casa me ofreció porotos y como tenía mucha hambre dije que sí sin saber si era un molusco o alguna fritura. Ignorancia pura. Nada mejor que no saber para poder sumar. (Todavía hay quien se burla de cómo se dice esto o aquello en esta o en otra parte). Y para no alargar el viaje, en Buenos Aires me sacó de la resaca (guayabo, goma, cruda) un muchacho que gritaba al otro lado de la puerta, "el sodero, abrime, soy el sodero". Entendí cuando calmé la sed.

         Volviendo al reducto emparamado de donde salí, allí, de pequeño escuché palabras de esas que uno cree son las definitivas, que esas son las que son y punto. No son otra cosa que palabras aposentadas, detenidas en los relojes y que corren el peligro de desaparecer como las recetas inconfesables. Por ejemplo, en las cocinas se sentía bullir la sopa (mientras escribía el borrador en el teléfono, su corrector insistía en poner "billar"); o en el solar de las casas de antes, la gente pañaba moras o higos, o a los niños los regañaba el taita. Rezagos de gentes de Cataluña, de asturianos o vascos que dejaron parte de su diccionario (y algunos resabios) en nuestros condados sin conde.

         ¿Que en Santafé de Bogotá se habla el mejor castellano? En Piura dicen lo mismo. Y en las provincias de Valladolid o Palencia o en Burgos se darían en la jeta, en la boca, en los morros por atribuirse el origen de la lengua y su corrección al tratarla. El mejor castellano del mundo está en las calles y no sólo el que está “en letras de molde” como se decía antaño. Eso sí, el molde hay que romperlo una y otra vez, aunque sea para no entendernos.

Anuncio clasificado

         Hombre de cincuenta años bien vividos, mal recompensados. Estudios medios y competencias en oficios ad honorem, o sea, por la honra, por la sola satisfacción del trabajo, que para mí no es un enemigo sino un amigo que me da la espalda. En la actualidad gozo de empleo desechable, es decir, que puedo dejar en cualquier momento o que me pueden echar de un instante a otro. Soy solvente a medias, es decir, que carezco de soluto lo que me tacha como un tipo sin solución. También soy sostenible, no como los cultivos hidropónicos ni los modelos agrícolas sino que soy propenso a que me mantengan. Eso sí, soy impermeable a los avatares del mercado y estoy disponible a ponerle el pecho a lo que me pongan, excepto cambiar ruedas, inflar globos para fiestas y pasear perros.

         Presumo de ecologista. Por ejemplo, no tiro el empaque del chicle al suelo y el chicle me lo trago para no contribuir a las aceras dálmatas. No es que sea resistente al agua como los relojes finos, sino que opté por tomar la ducha un día sí un día no, y si el Sí cae en domingo, pues No. El planeta hay que cuidarlo, hay que tomar la ecología como una inversión; por ejemplo, ojo jóvenes: si van a comprar vivienda o terreno para construirla, que sea a más de 500 metros sobre el nivel del mar. Y no se preocupen por los mayorcitos, sabemos nadar y tenemos asumida la perspectiva de ahogarnos con las aguas saladas de la pena o del océano. Además, me precio de tener cuotas suficientes de resiliencia, esa palabreja que robamos a los sicólogos para acuñarla a toda suerte de prácticas y que las llamadas nuevas generaciones han adoptado estoicas —es de encomiar— lo aguantan todo, hasta que le bajen el sueldo y los sometan a teletrabajo los días de guardar. Me uno a sus sinsabores, resistamos, reciclémonos, reinventémonos, así solicitar patentes salga muy caro. Soportemos que nos deban dos meses de sueldo pero no tres, toleremos órdenes pero no mandamientos. Yo, por lo menos aguanto eso y más, gracias a que soy ¿cómo se dice? free spirit, libre de sulfitos como los vinos responsables, aunque pueda tener trazas de bachiller y me hayan dicho hasta guapo.

         Aclaro, estas líneas, aunque parezcan un curriculum vitae son un anuncio, de los que cobran por palabras y que dadas las circunstancias y la extensión no sé si me alcancen las monedas. En resumen, Hombre con los atributos expuestos con anterioridad so-li-ci-ta: dama emancipada, de las de antes o de las de ahora; no me malentiendan, no empiecen a buscar epítetos contra este su servidor. Empiezo de nuevo: mujer muy mujer, de la misma edad o inferior para no tener que llamarle vieja pendeja cuando riñamos. Preferible feminista moderada, no de las que se comportan como los individuos que dicen combatir y adoptan posturas como las que desean abolir; que no se sienta menos si le cedo el puesto en el bus, que no me cape en las redes sociales por un piropo que en los noventa no sería más que un requiebro baboso. Una mujer que no me recoja la ropa del suelo, que no agradezca que orine sentado. No importa si es carnívora o vegana de verdad, no de postura. Necesito una dama que me quiera lo justo y me acepte como un error. (Interesadas abstenerse).

 

Este texto —escrito en un folio de rayas y en tinta verde— fue encontrado dentro de un tratado sobre absurdismo y es reproducido con oportunas censuras, pues la libertad de expresión empieza y termina cuando y donde conviene. Como en las parejas.

 

Restaurantes después y antes

         Al parecer un tal monsieur de apellido Boulanger, en la París prerrevolucionaria servía algunos “caldos reconstituyentes” en su establecimiento de la rebautizada Rue du Poulies, ahora de Louvre. Pues bien, unos empezaron a llamar a esta clase de locales boulangeries y otros parisinos optaron por las bondades del caldo, (que restauraba sus ánimos y sus barrigas) para nombrarlos restaurants, que doña RAE (que rae, roe y corroe) en su versión castellana expone como lugares “públicos donde se sirven comidas y bebidas, mediante precio, para ser consumidas en el mismo local”, y que dadas las circunstancias actuales debería replantear tal definición.

         Yendo un poco más atrás, recién han encontrado en Pompeya un termopolio, lo que vendría a ser un comercio callejero donde se vendían viandas y bebidas, el street food del siglo primero de la era cristiana. En las fotos difundidas por las agencias de prensa se pueden ver unos puestos de mampostería decorados en sus laterales con frescos muy vistosos, como un par de patos muertos a la manera de un bodegón de caza, un gallo altivo que los mira absorto que a su vez es asechado por un perro amarrado y hambriento; también dejan ver en su parte superior algunos recipientes de barro incrustados donde los arqueólogos hallaron restos de comida preparada con cerdo, cabra y caracoles entre otras delicias. Nada nuevo si se escarba otro poco y nos enteramos de que en Egipto ya había comedores de pago quinientos años antes de que el Vesubio sepultara con su vómito bermellón y gris a los pompeyanos y sus vecinos de Herculano donde también se han hallado esqueletos en lugares públicos similares a los que apenas podemos visitar dos mil años después. Si apeláramos a otra clase de mensajeros, Cervantes —por ejemplo— nos cuenta que don Quijote (que comía lentejas los viernes) visitaba fondas y ventas, apuraba yantares y potajes bajo su peste de amor; y Goya nos legó un cuadro con una pelotera frente a un mesón donde el viajero común iba a restaurarse. Sí, la gente siempre ha ido a esos lugares, sea de paso o como costumbre instalada. Nadie negará que si en casa se come rico, perfecto. Pero si se hace por fuera, por necesidad, por falta de tiempo o de talento, a la pípol le gusta ir a los restaurantes, al puesto de mercado o a la venta callejera para aliviar el buche o llenar la panza a placer.

         Si en el futuro —ese después que no veremos— los arqueólogos y antropólogos o como se hagan llamar, encuentran bajo toneladas de plástico y escombros robóticos el dibujo de dos panes con cosas en medio, o el de unos círculos cortados en forma de triángulos concéntricos, o unas sofisticadas cajitas con residuos de comidas muy chic, se sorprenderán de lo lúcidos que fueron los habitantes del siglo veintiuno; si hay suerte descubrirán letreros con inscripciones “para llevar”, delivery, take away, “cerrado” y tal vez los despojos humanos de un muchacho en bicicleta con una caja termopolio a la espalda lo más de curiosa. Tal vez les cuenten a sus congéneres humanoides sin pituitaria ni papilas posibles, que alguna vez hubo unos lugares de reunión donde más que comer y beber, se juntaban amigos y familias; dizque se sentaban y se contaban cosas, probaban del plato del vecino, se reían o hacían negocios (hasta dejaban fumar en otro siglo); relatarán que allí se pedían manos para casarse o ancas para jactarse, que se citaban al mediodía o al anochecer, y si había tiempo, licores y postres, conversaban en una larga, larga sobremesa.

Fantasmas en la red

Cuando visito el barrio del señor Zuckerberg lo hago fugaz y salgo en fuga para no caer en esa telaraña pegajosa. Recuerdo que en una de esas veces hace unos años, después de una ausencia dilatada en esta red encontré la “invitación de amistad” de un paisano conocido que meses atrás había muerto. ¡Plop! Entonces me pregunté, con admiración incluida: ¿¡Uy! estamos condenados a permanecer allí, en la vitrina de la felicidad? ¿Seguiremos apareciendo en las notificaciones como espectros incólumes? Recordé tal episodio porque el mes pasado entré y encontré un mensaje: “Ayer fue el cumpleaños de…” decía muy diligente la página, ignorando que un colega de andanzas publicitarias se había ido hace unos cuatro o cinco años. Retomé el interrogatorio: ¿qué pasa con los perfiles de las personas que fallecen? Y no sólo en esa red social. ¿Qué pasa con la del pajarito azul? ¿Y en la otra? ¿En las redes de empleo se mantendrán los currículums forever? ¿Y en esa otra? ¿Y en las redes de citas, qué, dejar plantados para siempre a los pretendientes?

         Volviendo a la red más popular de la galaxia, supongo que hay cuentas personales que quedarán huérfanas y muchos de sus titulares seguirán viviendo tal como lo venían haciendo, entre fotos, emojis y likes más que en su propia casa. Así es, todos los días, a cada hora, se va gente cercana o desconocida, dejando un legado digital latente tal vez sin saber que hay solución para estos casos que se cuentan por millares y que estas plataformas tienen previstos estos imprevistos: si fuera nuestra voluntad que dichos perfiles permanecieran abiertos o clausurarlos a perpetuidad, deberíamos autorizar a alguien para que se convierta en una especie de albacea 2.0 y esta persona tendría que llenar unos formularios y aportar pruebas del deceso y sus etcéteras. Trámite engorroso como los que en estos lances nos ponen la vida y su socia la muerte, más en esta época aciaga en la que todos hemos perdido a alguien próximo, un familiar, amigo o amigo de alguna amiga y nos dolemos de ello porque —entre otras vainas— sabemos que los viajantes a ese arrabal incierto se llevan algo de nosotros en sus alforjas transparentes.

         Se sabe que más de la mitad de la humanidad está presa en alguna red social y que diariamente se registran más inscripciones en estos condominios digitales que nacimientos en el planeta. Así es, el mundo sigue a merced de esta trampa ineludible, tal vez empujado por el vanitas vanitatum o por ese síndrome de “perderse algo”, todos en genuflexión ante estos nuevos dioses que crean maravillas, imantan adeptos y los hipnotizan hasta el instante de su muerte y más allá, cuando —si no lo prevemos— se nos convertirá en duendes del ciberespacio, en almas en pena del pixel y la pantalla. Eso pasa, eso está pasando. Cuando los semejantes mueren, por lo general sus deudos se reparten las cosas, pelean por ellas o entregan sus ropas a la caridad. Y según las modas o los golpes de billetera, entierran a sus difuntos o los queman y les hacen un altar con sus cenizas, o las tiran por ahí al arbitrio de los vientos o las aguas. Pero eso sí, si nos asalta la SeñoraEsa a traición, o si morimos despacio o de repente y sin dejar las cosas muy en orden, parece que estamos sentenciados a seguir morando de red en red como un pez indeseable, como una mosca inmune a su pegamento. Fantasmas en la red, lo más cercano a la vida eterna.

https://www.laopinion.com.co/columna-de-opinion/fantasmas-en-la-red-208349

Peticiones

En esta época del año, así el año sea el que nos tocó, gran parte del orbe empieza a pensar en pedir cosas y deseos que no son cosas. El niñerío, por ejemplo, recibirá la avalancha de anuncios con juguetes jugables, brillantes, veloces, rodantes, armables, desmontables y videojugables, futuros cachivaches que exigirán a sus padres, que si soportan la cantaleta o el chantaje o la inminente denuncia, vaciarán sus tarjetas plásticas para darles gusto. (Los que aún pueden). La juventud, por otra parte, se decantará por pedir aparatos tecnológicos que no compran hace cuatro meses y que ya consideran obsoletos (se incluyen algunos adultos) o hartarán sus armarios con la colección de invierno donde haga frío, o la tendencia de verano donde haga calor. La gente grande cruzará regalos que no ha pedido ni le han solicitado y que en la mayoría de los casos se harán con predecible desatino. En cambio algunos resignados esperaremos eso sí con entereza, los tres pares de calcetines acostumbrados, por fortuna otros, no los mismos del año anterior.

         En cuestión de deseos, peticiones, ruegos o exigencias, se diría que todo sigue igual que siempre si no fuera por la sobredosis de productos, subproductos, complementos, caprichos y veleidades, si no fuera por la fertilidad de mensajes y cartas y rituales para hacer que tantas apetencias sean recibidas, debidamente filtradas y satisfechas con suficiencia a la parroquia insaciable. Con todo y prediciendo lo que me tocará en suerte, tengo mis aspiraciones, que comparto para quienes las quieran hacer propias y agregarlas a sus listas particulares. Peticiones que haré llegar por los medios adecuados al Niño Dios, a Papá Nöel, al Tió de Nadal y a los pajes de sus Majestades los Reyes Magos, así el primero esté en pañales, el otro chocho y obeso, así el tercero aún no traiga una Cataluña libre bajo su manta y los restantes cuenten con el desprestigio de las monarquías.

         En el apartado de posesiones físicas, quiero:

Un chaleco de lana gris, abierto y con botones, como el que perdí en el 89. Un peón y un alfil negros dados de baja, y no hablo de violencia racial aunque le encaja. Un set de placas solares para encender la pasión, es que últimamente… Un reloj que dé la hora en la que el rubio del copete se vaya a jugar golf para siempre. Un rastreador para localizar el paradero exacto de Juanqui I para plantearle un bísnes. Un detector de traficantes de personas, al parecer son invisibles. Un localizador de dirigentes de personas, al parecer son inservibles. Un cubo de hielo descomunal para el ártico y uno chiquito para mi ron. Una cervecita cuando tenga sed, y sed cuando tenga cervecita.

          En el campo de los deseos terrenales, preferiría:

Un dolor de cabeza tres veces al mes y no tres veces a la semana. Que los delfines presidenciables se arrepientan, eso de ser expresidente es aburridísimo. Un amigo parecido a mí, para encontrarnos y caminar en silencio. Que Dieguito ni resucite ni se muera otra vez. Tres verrugas menos en la espalda y dos lunares en los cachetes. Que las compañías telefónicas no sean tan ruines, aunque no podamos sufrir sin ellas. Dos rinocerontes negros, hembra y macho, y estoy hablando de extinción. Que no prosperen las superfusiones bancarias. (Soñar no cobra intereses). ¿O sí? Que el famoso virus fastidioso, como muchos fastidiosos famosos, goce de buen retiro.   

Curso lento de idiomas

         En la entrega del pasado marzo —cuando estaban pasando cosas pero no estaba pasando nada— se ventilaron algunas palabras caídas en desuso, o porque nadie las escribe, porque nadie las lee donde se escribieron o porque si se usan, mucha gente no las ha escuchado jamás o tan sólo no sabe su significado. Se retoma entonces la costumbre de atrapar palabrejas, de las que se deshacen los tiempos, de las que se llevan los viejos, de las que se carga la señora RAE, de las que aconseja la calle. En la publicación “papel Higiénico ilustrado” —que alguien recordará— se hacía este ejercicio; ahora, por estos cauces vuelvo con porfía a lo mismo, sin otro pretexto que buscarlas, recordarlas, transgredirlas y disponerlas al margen del olvido, o para servirlas a quienes las quieran rescatar tal vez en un tuit en un chat en un post, así, castizamente escribiendo.

 Agasajo. Así llamaban a una reunión en la que se mostraba afecto a alguien, se consumían viandas y licores. Ahora también es posible, pero con mascarilla.

Buche: la barriga de cualquier pajarito, antes o después de comer, o la de un niño antes o después de no comer. O ese ruido de líquidos en la boca, posibles con o sin mascarilla.

Taburete: especie de asiento unipersonal utilizado para sentarse —por ejemplo— a ordeñar sin necesidad de mascarilla, o para tomarse una cerveza quitándosela.

Francachela. Agasajo o ágape entre las mismas personas pero más tarde, más alicorados, con más ruido, más aerosoles y con menos mascarillas.

Trifulca: desorden, batahola, en contra de llevar mascarilla y a favor de la libertad de contagiar y ser contagiados sin ella. O sea, pendencia entre cascos y pasamontañas.

Enagua. Prenda antiquísima usada bajo la falda que se ponía o se quitaba según las costumbres, las circunstancias —como la mascarilla— y claro, guardando las distancias.

Tuste: coco, mollera, cap, cabeza, azotea, torre, es decir, esfera deforme que soporta ideas, sombreros, caperuzas, tiaras, gorros, cofias, orejas y mascarillas sujetas a las orejas.

Zaguán: pasadizo de ciertas casas antiguas, donde —entre otras cosas— era posible el último beso de novios o amantes, cuando la mascarilla era cosa de quirófanos.

Maromo: amante del género masculino también llamado tinieblo, querido; en versión femenina, pirueta o acrobacia sin urgencia de mascarilla en cualquier circo o zaguán.

Tocadiscos. Aparato reproductor de sonido con plato giratorio en el que se ponen elepés o long plays que deben ser frotados previamente con una mascarilla vieja, for example.

Mansarda: altillo de las casas de antes, que como la cigüeña llegaron de París, también llamada buhardilla, que al estar aislada podemos subir sin…

Emperifollar: ponerse las medias los pantalones o las enaguas o la corbata o el sombrero o la bufanda o la camisa, el jubón, la chaqueta o la chaquetilla. Y que no falte la…

Letrina: cubículo similar en forma y función a los destinados a las citas electorales, donde aparte de gérmenes ofrece algunas emisiones íntimas que e-xi-gen-el-uso-de-mas-ca-ri-lla.

Bueno, y alguien despistado podría preguntarse, ¿por qué tanta lata con la palabrita? ¿Qué es eso de mascarilla? Pues vocablo archiconocido por el ser humano, a saber:

 Mascarilla: capas y capas de pasta de aguacate o pepino para exhibir mejores pieles, o capas y capas de fibras higiénicas de uso individual para ocultar las sonrisas, muecas, bochornos y flaquezas de la humanidad global.

Apología del encierro

Los días en que permaneció encerrado medio planeta en el próximo pasado no hicieron más que alimentar en mí la idea de que la reclusión in home es la mejor salida justo para eso, para no salir.

        ¿Salir a qué? ¿A trabajar si me pagan tan bien, si me pagan tan mal? ¿A trabajar si no hay trabajo? ¿A estudiar para no conseguir trabajo? Corrijo, corrijo. Ahora se puede teletrabajar, tal como los cajeros electrónicos, 7-24. Todo un privilegio, un gran paso para la humanidad, diría el astronauta. Y se puede aprender, por ejemplo, desde el retrete, en la cama, tirado en el sofá o al borde de la piscina, bajo el parasol de la playa o la sombra de un mango. ¿Por qué no? Y si alguien está dispuesto a instruirse pues alguien habrá de enseñarle. Y claro, el profe o la tícher lo podrán hacer desde cualquier sitio y en paños menores si lo prefieren, eso sí, con el torso muy elegante, bien planchado y la cámara apuntando adonde tiene que apuntar.

         Salir, salir. ¿Salir a comprar el pan cuando la compañía de la “a” y la sonrisa lo envía caliente y esterilizado? ¿Visitar un museo si tengo al Louvre y al Metropolitan a un clic, en 360º y megazoom para ver obras con hectopixeles de definición? Además sin el tufo y el flasheo de pelotones de japoneses con mascarillas. Sí, muchos de ellos ya las llevaban mucho antes de que se pusieran de moda y nos parecían ridículos. ¿Salir de fiesta si sale tan caro? ¿Buscar pareja si una App me la pone en bandeja?

       ¿Salir o no salir? Esa no es la cuestión. El asunto es quedarse. ¿Acaso el mundo, el universo no está en las pantallas? ¿Quiero ver un reality show postizo? Ahí está un menú tan extenso como el de un restaurante chino. ¿Me apetece comer chino? Pues llamo al chino. Bueno, eso ya estaba inventado y lo teníamos reservado para la pereza del domingo. ¿Que no tengo trabajo? Basta tener bicicleta y músculo (o haber quedado fuera del top ten en el Tour) y ya eres raider, la profesión indefinida más prometedora de la vía láctea. Seguimos hilando y al hablar de leche, habrá quien recuerde a Klim, el columnista, humorista y escritor que se encerró en su casa por algunos lustros ataviado con piyama, bata, cigarrillo, whisky y máquina de escribir. Todo está inventado. ¿Vestirse o no vestirse? ¿Vivir en piyama? ¿Soñar sin ella? Así vivió hasta que se le torció una tripa y sin quitarse el atuendo fue a parar a una clínica adonde iría a morir. To die, to sleep; / To sleep: perchance to dream… según don Hamlet.

        ¿Salir? ¿Quedarse? ¿Querer salir porque te encierran? ¿Quedarse sin siquiera pensar en salir? Y permanecer así, encerrados, recluidos, enjaulados, cautivos, enclaustrados. No, no voy a nombrar esa palabra, ese verbo que empieza con ce y termina —cómo no— en ere con alguna efe en los intermedios. No lo nombro por desgaste del pobre, que de pastar en las páginas judiciales o conventuales ha llegado al extremo de necesitar representante legal para exhortar a escribientes y hablantes para que consulten el diccionario de sinónimos que tan buenos servicios presta a la raza, casta, ralea, especie, estirpe, prosapia, tribu, horda humana.

       Jefas y jefes, empleadas y empleados, alumnos y alumnas, maestras y maestros, amantes y amantas ¿para qué estar cerca si estar lejos está tan bien? Podemos vernos a medias o mostrarnos enteros, sin olernos, sin intercambiar gérmenes y con el párpado de nuestra cámara a un dedo de distancia.

Tragar entero

       Ahora que me las tiro de escribidor, cuando tecleo lo hago en las mañanas escuchando música clásica y corrijo en la tarde con rock. Y con CD, sí, me quedé en el CD, me gusta ver la lista de las canciones, los autores, las fotos y tal. Pero cuando alterno con la radio no siempre sé de quién son las composiciones, a menos que el locutor lo diga. Estando en esas, me aventuré en el dial —por cambiar, sólo por cambiar— y me topé con una emisora que ventilaba sevillanas, tal vez alguna seguidilla y otras de ritmos emparentados hasta que sonó una rumba catalana: El muerto vivo, de Peret, según la presentadora.

         A ver, a ver, me dije. Esa vaina es de un colombiano. Tal vez la chica quiso decir que la interpretaba Peret, pero tal vez también daba por sentado —como mucha gente— que la composición es autoría del señor Pedro Pubill Calaf y no de Guillermo González Arenas. Acudí a su señoría World Wide Web, que todo lo sabe y todo lo sube, para enterarme de los antes nombrados y en muchas de sus entradas se le atribuye la tonada, por omisión o por suposición, al señor nacido en Mataró, Cataluña. Y como muchos tragamos entero y sin digestión cerebral, pues parece que (al menos en España, donde triunfó la versión de Peret) esa es la verdad. Pero si nos diera por explorar y leer un poco más, en efecto, letra y música son del compositor y arreglista de Manizales, Caldas. Rolando Laserie la cantó con su toque, las orquestas tropicales la tocaron con el suyo y hasta Sabina y Serrat se le midieron, además los heavy metal de Metallica hicieron un arreglo forzado en el estadio olímpico de Barcelona.

         Eso pasa. Eso está pasando. Unos crean y cranean, otros interpretan, otros callan, suponen, tergiversan o se aprovechan. Otros cortan y pegan. Y muchos engullen sin masticar. La historia de El muerto vivo sólo es un ejemplo al aire de lo que se consume en web, en redes o en medios parcializados, además de los millones de contenidos dudosos que se eructan a cada minuto. Corte, pegue, remiende y atribuya, sin filtro, sin contraste, sin rigor, con sesgo. Ni qué decir de lo que sale por boca de gobernantes legítimos y por deslegitimar, quienes intentan convencer a sus pueblos y a veces lo logran. Si hay rumiantes que no regurgitan, inventemos verdades. Si hay verdades evidentes, neguémoslas, que siempre habrá quien nos crea.

         Para terminar con el chisme —porque lo es— cuentan que la canción nació cuando el compositor en cuestión cogió el periódico cualquier día y leyó la noticia acerca de aquel obrero de una empresa cementera, que en plena época prenavideña recibió su sueldo, su prima y —como a muchos colombianos con plata extra en el bolsillo— lo primero que se le ocurrió fue una cerveza. O mil. Y el mancito desapareció entre las nieblas de la juma y ante la ausencia de días, su madre fue a buscarlo a la morgue de Medellín y comprobó al ver una cicatriz inigualable en la rodilla, que el cadáver era igualito a su hijo. Punto. O puntos suspensivos, porque no encontré mucho más, aunque es de intuir que el tipo apareció con su resaca días después y se armó el despelote; de ahí vendría el interés periodístico y luego la creación del compositor. Realidad por un lado, y un batido de ficción por el otro. Otra cosa es tanta basura pendiendo de la telaraña de Internet.

         Eso pasa. Eso está pasando. Raras veces la gente sabe lo que lee, raras veces piensa en lo que cree. Y raras veces algún borrachín muere de mentiras, raras veces su madre lo confunde y raras veces se hacen buenas canciones. Y muchas veces los sobrios escriben majaderías que a ningún ebrio se le pasarían por la cabeza.

 

Consejos aconsejables

        En la película El Graduado (The Graduate, 1967), uno de los invitados a la fiesta lleva hacia la piscina al homenajeado, quien después de haber sido regurgitado por una universidad muy prestigiosa del este americano, le presta algo de atención. El tipo —socio de su padre y esposo de la célebre Mrs. Robinson— con aire confidente, iluminado, a manera de gran consejo le dice en tono bajo, misterioso y casi profético: “Plásticos, los plásticos tienen un gran futuro”. La película narra hechos de esos años 60 en los que estaban pasando tantas cosas, cuando chicos despistados como Ben (Dustin Hofmann), regresaban a casa, a sus vacaciones de post-grado sin saber qué hacer con sus vidas; y de pronto, ni siquiera llegaban a planteárselo.

         Nada muy distante a lo que se enfrentan miles de jóvenes de todos los sexos en la actualidad. Claro, sí, estudio esto, lo otro, porque si no me preparo qué puedo hacer para encajar en este mundo tan complejo, tan competitivo, tan visual, tan virtual. Es lo que dictan los dictámenes sociales. ¡Ah! conque has nacido. Pues prepárate, antes de que abandones el chupete, el tetero, dejarás tu casa: a la guardería, a socializar, que en este mundo el que no interactúa está jodido. ¡Qué! ¿Ya estás más grandecito? Ponte una bata de cuadritos, así, uniformado, toma tus lápices de color y colorea el mundo, tan lindo el mundo. Y la primaria y la secundaria, como borregos a pastar allí, a pastar allá. ¿Y después? Pues lo que viene después. ¿Es que no hay otra manera?

         No hace mucho, en un programa televisivo de concurso (también debemos pasar por allí, se aprende muchísimo) el presentador preguntaba a una concursante lo de siempre. Cómo se llama, de dónde es, qué ha estudiado y para gastar tiempo agregó otro interrogante: “¿y cómo te ves dentro de cinco años?” La chica lo tenía diáfano, ya tenía perfilado su futuro y respondió: “en el paro”; desempleada, sin trabajo o haciendo uno ajeno a su preparación, o peor, ejerciendo su profesión por un sueldo de M. Sí, pongámosle todas las letras. Hay salidas, claro, aunque algunas parezcan abismos. Bueno, podrá decir usted, “no me venga con el cuento de que todo es así, que la gente estudia para nada; sin estudios y preparación y algo de curiosidad el mundo no estuviera lleno de maravillas”.

        Toda la razón. Toda la razón. A ver, a ver, maravillas, maravillas. ¡Los plásticos! Desde su invención, o desde los primeros acercamientos al material hace casi dos centurias, el ser humano, sin duda, se ha beneficiado de ellos. Dicen las leyendas de su majestad la web (lugar asequible donde el conocimiento es tan gratis como el desconocimiento) que lo creó un tipo para participar en un concurso y así sustituir al marfil de las bolas de billar. Muy loable la intención. Salvar a los papás de Dumbo, a los descendientes del Coronel Hathi. Y qué me dicen de sus propiedades: los plásticos son baratos, fáciles de moldear, de colorear; son aislantes, impermeables, adictivos (quién no haya comprado, usado, tirado plástico que alce la mano o la bolsa). Esta maravilla, sólo por soltar un dato, es capaz de aniquilar cada año a más cien mil animales en ríos, lagos y mares, y otra cifra superior de aves que no resisten su atractivo.         

       Ojo señoritos graduandos, señoritas graduandas, si en la fiesta de graduación que tan merecida tienen se les acerca un tipo con un whisky en la mano, escúchenlo, tal vez tenga la llave de su prosperidad. Quizás estén ante la última revelación, a lo mejor les susurre: “bio-armas, armas biológicas, virus, los virus tienen un gran futuro. Y las vacunas, ni se diga…” 

Orinar con famosos

A los veintitantos y aún con licencia vigente para infracciones, cometí varias veces la de decantar en lugar público; bebes litros de cerveza y lo único que sacas en claro entre las nieblas del alcohol, es que la cebada se va al crecimiento de barriga, el alcohol directo al discernimiento y el líquido restante a la madre tierra. Uno va al baño del bar muy educadito, pero cuando sale a la calle y el riñón vuelve a decir es hora otra vez, entonces un árbol o un muro pasan a merecer unos dibujitos. Entonces sacamos el amiguito de abajo y describimos parábolas, trazamos hipotenusas o en el mejor de los casos —si las reservas y el talento alcanzan— nos fajamos una obra maestra expresionista abstracta como un Pollock o tal vez un Miró. Pero no bastan los trazos sueltos o el dripping en soledad. No sería completo. Por fortuna en esos casos se suele ir con algún compinche, quien en un acto natural al ver al otro en micción, dice: "colombiano no orina solo" y se une al delito.

       Pero lo que iba a contarles era otra cosa, enlaza con lo anterior pero toca ir rellenando la cuota de palabras exigidas para completar la columna. Y claro, se ha de ambientar la anécdota para sustentar el tema: hablar acerca de esos aspavientos que nos asaltan y no resistimos contar. Lo no contado, no ha sucedido. “¡Ah! yo estuve allí cuando...” y ufanos ladeamos la cabeza; “esta foto fue la vez que...” “conocí a fulanita el día tal...” y pestañeamos, lentamente; “me presentaron a perencejo en el...” Y así, nos envanecemos con esos pequeños honores que nos propinan quienes creemos sublimes, mejores, quienes dan lustre a cierto oficio, a cualquier bandera, nuestro héroe deportivo; nos sueltan una firma en una servilleta, nos honran con una sonrisa o nos permiten un selfie rogando no les pasemos el brazo por encima del hombro como si fuéramos íntimos.

         A lo que iba. Fui invitado a Cartagena de Indias a un almuerzo con una delegación española y para más descreste a un hotel situado en una isla no apta para peatones. Pues allí lo vi, estaba no muy lejos junto a su esposa en una mesa nutrida. Gran novedad en la nuestra, el cuchicheo y poco más; uno no puede dejar que se le enfríe la cazuela o se le endurezca el patacón por andar mirando famosos. En fin, después de otros platillos caribeños y suficientes cervezas, los mismos riñones —entonces pre-adultos— dieron la orden y no tuve más que obedecer. Al entrar al baño, una casita adjunta al restaurante a cielo abierto, encontré un orinal muy Duchamp pero al derecho y empecé el ritual; estando en esas entró alguien y como a mí me asusta estar de espaldas, pues volteé, cosa que no hizo ese alguien, nada menos que Fernando Botero, “el mancito que pinta gordas”, como dijo un mancito. Como dicta la etiqueta, el maestro marcó distancia varonil, se encuadró hacia el rincón y sacó su pincel. Yo miré con discreción para confirmar si en efecto era el mismo de antes. Sí, era el pintor, el escultor, el artista vivo más célebre entre las celebridades del arte artístico. ¿Hablarle del punto de fusión del bronce con ese calor? ¿De dimensiones, de volumen, así, con las manos ocupadas?

         No dije ni mu. ¿Por qué habría de hacerlo? No dijo ni mu. ¿Por qué habría de hacerlo? Tan sólo éramos dos tipos aliviando, separados por tres metros pero unidos en el deber patriota de orinar en compañía.

Tener la razón, perdiéndola.

“El sueño de la razón produce monstruos” es un grabado de Goya que muestra a un hombre (tal vez él mismo) dormido en una silla y recostados cabeza y brazos sobre un cubo o una mesa de trabajo que en el lado frontal anuncia el título de la obra; al acecho del tipo revolotean búhos y murciélagos y un lince echado en el suelo, mirando alerta la escena.

        Como suele suceder con las artes, son susceptibles a interpretaciones de críticos y conocedores, que criticarán mucho y conocerán mucho, pero desconocen las verdaderas intenciones del artista, que en este caso nos abre el camino desde el título, desde la palabra y nos deja desnudos ante nuestro conocimiento, ante la intuición y nuestra sensibilidad.

         A propósito de las circunstancias actuales y si quisiéramos asociar y desmenuzar la frase, podríamos asegurar que en las recientes semanas la humanidad ha entrado en una especie de “sueño”, de letargo, hasta de pesadilla y ha sido acechada por búhos sabiondos, por murciélagos sospechosos y por los linces de siempre. Una modorra impuesta donde muchos despiertos han hecho agostos y otros más listos, insomnes, no pierden minuto para el desafuero y el atropello. Y la población entera, aterida, como zombis asistiendo al espectáculo por la portentosa ventana de las pantallas.

        La “razón” sería la palabra clave; la razón como capacidad de entendimiento, como demostración de algo o simplemente como creencia de “estar en lo cierto”. Aristóteles, Hume, Nietzsche, o una sicóloga o algún dialéctico actuales nos podrían dar clases enteras sobre el asunto, pero seguro que la mayoría (incluido quien escribe) preferiríamos salir a tomar una cerveza.

        Y “monstruos”, por sí decir matachos, que se crecen y se creen, que imponen y vociferan y ni siquiera sueñan con tener la razón, porque ellos la tienen. Verbi gratia —dicen los profesores— un presidentiño que cual percherón (perdón señor caballo) tiene muy bien puestas sus anteojeras y no puede mirar sino hacia un lado, su lado; o acaso no la tiene el señor del copete yellow que la inyecta a medio país de borregos (perdón señoritos corderos) que sin procesar la regurgitan en sus redes y vecindarios.

         “Dios nos libre de todo mal y peligro” decían las abuelas. De malos sueños, de sueños en despierto; de monstruos, espantajos y tarascas; de razones encubiertas y razones testarudas. Según Kant, en el campo teórico, el uso de la razón propicia juicios y en el práctico, mandatos. No crean que tengo libros de Kant, tampoco de Cantinflas, esto me lo googleé; y como también veo películas, Unamuno dizque dijo “venceréis pero no convenceréis” aduciendo a la falta de razón en el ejercicio de persuadir, antesala de la certidumbre.

         Pero volvamos al peatón que somos mayoría, quienes pretendemos tenerla en el café, en el bar, ante el televisor, en la mesa, en el colchón, desde el balcón; tenemos la razón porque la tapa del inodoro esto y porque el gobierno lo otro; porque la vecina piensa esto, si lo cierto es que; y medimos en los demás sus dos dedos de frente y nos atornillamos a convicciones sin siquiera tener la valentía de ponerlas en duda.

         Esperando no estén tan adormilados como el genio pintor, acudo y les exhorto a explorar el refranero popular (que suele estar en lo cierto) el cual dice cosas como que “buena razón quita cuestión” o “con pistola a discreción cualquiera tiene razón” o que “la razón —simplemente— es de quien la tiene”.

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Domingo largo

         Esta columna desapareció un mes y pocxs lo habrán notado, natural, porque no soy influencer que haga falta como una droga, ni mucho menos un gurú que se envanezca al decir se los dije, ojo con esto. Una ausencia de domingo largo. El usual, el de todas las semanas es un día con otra velocidad. O porque no haces nada o porque haces muchas cosas; todo como un ejercicio para quitarnos la costra de la rutina. Pero este mes y pico ha sido otra clase de domingo. En mi agujero —invadidas mis horas con la mejor compañía— tuve que aceptar muchas cosas, como todxs, cada quien con su realidad, no es muy lúcido apuntarlo. Y como cualquier mortal en clausura observé, escuché, vi, leí, sentí y sufrí ese torrente de información, de no información, de grandes gestos, de otros postizos; de reclamos sensatos y ayudas no tanto, de oportunismos inoportunos, chistes flojos y genialidades geniales en red. Observé, escuché, vi, leí, sentí y sufrí ese guiso saturado de la humanidad intentando (mejor, creyendo) ser más humana.

         Saqué la escafandra de voyeur y observé personas ejercitándose en las terrazas, leí señoras colgando la misma ropa con los mismos ganchos, escuché señores yendo de un lado a otro en balcones estrechos, como tigres zoologizados; sentí parejas aplaudiendo a las ocho en punto, a niños invisibles jugando sobre los sofás. Leí la prensa en pantalla, leí un libro aplazado mil veces, releí otros sueltos, a mordisquitos como si fueran la última galleta. Me vi ante las vidrieras del supermercado, a metro y medio, señorías; sufrí el acuerdo con el arrendador, que fue posible; escuché cosas raras: ¿los pájaros cantan más fuerte? no, es que hay menos bulla; ¿la campana del parque cercano tañe más alto? no, es el viento que no hace caso a los semáforos. Escuché la yema del sol romper en el horizonte, oí el runrún de abejorro de la ciudad dormida. Pasan cosas raras los domingos largos. Sufrí líderes y lideresas como púberes indecisxs, imprecisxs, ponzoñozxs, como si estuvieran en ropa interior ante un espejo pleno preguntas. Sentí cómo se contaban las muertes (que cuentan sólo para sus deudos). ¡Qué bien, hoy sólo 300! Y todxs, como convictxs, contando los días que faltan, dibujando rayitas en la pared; bueno, también hicimos el ejercicio de contar con quien vive enfrente, con quien no conocemos, hasta el de contar con nosotrxs mismxs.

         Y cuando abran las compuertas de la presa, el agua será ella. ¿Y así será?: ¡oh gurú! llevaremos mascarillas prêt à porter, otras con pedrería y firmas muy chic, y la sonrisa será un bien íntimo, casero; luciremos guantes muy justos, sudando como cirujanos y saludando en colores, preservativamente. Algunxs gustarán tanto de su casa —la que pagan para habitar tan sólo unas horas— que no querrán salir; habrá quien sufra el síndrome post-encierro, post-confi, post-long-Sunday. ¿Y así no será?: ¡oh influencer! ¿Más respetuosos con el planeta? ¡Cuál planeta! ¡Carpe diem! Aquí y ahora, que el futuro no existe. ¿Más solidarios con los refugiados? ¿Acaso no estuve recluidx semanas? ¿Que baje el ritmo de vida? ¡Cuál ritmo, qué vida! ¿Estar más con la familia? ¿¡Más!? Y ojalá vuelva el fútbol que no insulto hace marras, que vuelva la ópera para tomar champán en el intermedio; quiero comprar, que abran los restaurantes para zamparme la carta entera; quiero conducir, acelerar, que suene el claxon, necesito una bocanada de dióxido de carbono en la esquina, un chute de óxido de nitrógeno en la avenida, tirar una lata de cerveza en el parque…Domingo largo domingo. Y hay quien aún se queja de los lunes, que no son más que una humilde ventana a lo de siempre, a Nuestro Mundo, (voraz, arrogante) que entre otras cosas no es nuestro.

Nota aclaratoria: las equis son aes u oes para usar a voluntad. Otro ejercicio.

Publicado en el diario La Opinión, el 8 de mayo de 2020